El Pan Negro de Mariluz

La Alberca

El Pan Negro de Mariluz

Tradicicion e innovación

Somos una empresa familiar, ligada desde hace generaciones al mundo de la gastronomía y que en los últimos años hemos apostado fuerte por la confitería, con la apertura en 2007 de nuestro obrador de pastelería.

En el número 13 de la calle Tablao, conviven a diario las elaboraciones más tradicionales con las más avanzadas técnicas en el mercado de la pastelería.

Y es que, son ya imprescindibles las novedades con las que nos satisface sorprender cada Navidad; el turrón de jamón ibérico o la morcilla de chocolate con piñones, son un claro ejemplo del espíritu innovador, que mantenemos a diario en nuestro obrador.

Nuestro espíritu emprendedor nos lleva a avanzar, a aprender, a conocer nuevas técnicas, a buscar buenos ingredientes, pero  sin olvidar nunca la dulcería de La Alberca.  En nuestra tienda nunca faltan esos dulces, de antaño, que siempre huelen a fiesta chica o grande, a tradición, a ceremonia… Se encetaba el hornazo el lunes de Pascua. Nunca faltaban las perrunillas y mantecados en la comedia del Solano para invitar a los vecinos; el bollo maimón, que el novio le dejaba a la novia en el balcón el día de San Juan junto a unas tijeras con cadena de plata; las floretas, turruletes y rosquillas para las alboras. Los bizcochos de soletilla en las bodas y mayordomías. Todas esos dulces de antaño se venden hoy en nuestra pasteleria y los seguimos elaborando del mismo modo que aprendimos de nuestros mayores.

Con una amplia tradición turrunera heredada, para nosotros es un orgullo poder exhibir hoy en nuestras vitrinas, más de quince turrones, de creación propia, junto a los ya tradicionales, duro y blando, que seguimos elaborando como MariLuz, aprendió a hacer de su madre y de su abuela.

Una apuesta por la calidad de las materias primas unido a la experiencia y profesionalidad es lo que marca la diferencia en el día a día de nuestro obrador.

 

La Alberca

Esa hermosa dama

Sorolla, Manuel Rejano... Muchos han sido los que la han pintado. Otros, como Luis Buñuel, prefirieron darle el papel protagonista en su película. Y los más, la han convertido en su amante; ésa que visitan, buscando todo lo que no encuentran en el ajetreado trasiego de cada día; ésa que cada día con vestido nuevo hace enamorar al más distante. 

La Alberca, es hoy una gran dama a la que todos visitan, a la que todos acuden buscando sus secretos, sus ritos ancestrales, esas tradiciones que guarda recelosa para que el tiempo no se las lleve al olvido.

Y es que La Alberca, a pesar del tiempo, guarda hoy intacta la juventud de sus años mozos, ésos en los que coqueteaba con el actor Paco Rabal, el escritor Antonio Gala y hasta con el mismismo Miguel de Unamuno, cuando en 1940 fue el primer pueblo declarado Conjunto Histórico Artístico.

Hoy, en La Alberca se sigue disfrutando del tiempo que se fue, porque ella se encarga de llevarte allí, donde habitan sus recuerdos, donde cada día en sus calles se sigue oyendo la salmodia a las ánimas benditas del purgatorio.

        "Fieles cristianos acordémonos de la Benditas Animas del purgatorio, con un  padrenuestro y un avemaría, por el amor de Dios. Otro                      padrenuestro y otro avemaría por los que están en pecado mortal, que su Divina Majestad los saque de tan miserable estado"

Una plegaria que, tarde tras tarde, resuena en cada esquina, acompañada de tres toques de esquila.

Hoy, en su madurez, con la serenidad y el sosiego que dan los años, La Alberca se ha convertido en un destino turístico de primer orden, sabiéndose subir al carro del progreso, para que hoy en este majestuoso pueblo de la Sierra de Francia, puedan convivir, en armonía, las más ancestrales tradiciones y la última vanguardia.

Y aunque el tiempo, casi siempre, es el peor compañero de las tradiciones, hoy se puede decir, que los albercanos, con su carácter emprendedor, le han ganado la batalla a ese tiempo y siendo fieles a sus costumbres y conservando ese carácter ritual, han conseguido que todo ese bagaje cultural, siga hoy intacto, haciendo de La Alberca un pueblo vivo con el sabor de antaño.